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Hacia la gruta



III- El descenso

Parece estar fatigada de todo, su paciencia acabó. Inundada por la desesperanza, se pregunta cuándo comenzará el camino de vuelta. En un raro momento de lucidez, retira la mochila de su espalda y sin reverencias la arroja al pozo. Mientras pasan los segundos interminables, sus manos, empapadas de sudor y de aquella sustancia que supura de las paredes, inician un nervioso temblequeo acompañando los espasmos de su cuerpo. No llega el menor sonido del fondo del pozo ni aún después de un minuto de espera irritante. El resplandor macabro continúa a reírse de su desesperación.

Cansada de su viaje a ningún lugar, se levanta e inicia el descenso, lágrimas en los ojos y la repentina sensación de que no tiene adónde ir. Volver? Cómo, quén dio la orden? Por qué sus pies no paran? Ahora sabe lo que es ser empujada, y sabe que si estuviese en un balcón de un hospicio, ya hubiera caído al vacío.

De pronto, las paredes retumban en ecos que se multiplican en un sonido profundo de un peso enorme golpeadno la tierra. No, si fuese la mochila el sonido vendría del abismo atrás suyo, pero el retumbar ciego parece provenir de la puerta esculpida de la gruta. Por más que intenta imponer su voluntad, no consigue parar de caminar hacia ese sonido lejano que la llama con quejas y gruñidos, que convoca sus sueños; ella pugna por parar, y el truco de imaginar la orden que viaja por sus nervios no funciona. Entonces tuerce en un movimiento brusco su tronco, al mismo tiempo impulsando el giro con los brazos, tropieza en sí misma y cae estrepitosamente. Nuevamente observa los altorrelieves, aún en la penumbra, y le parecen apuntar al fondo de la gruta.

Los pasos indecibles de un ser imposible de imaginar se hacen más nítidos. No hay ser en el universo que se transporte de forma tan grotesca y monstruosa. Sus pesados golpes acompasados en el suelo sugieren una masa tan grande y horripilante que ella supone, no existe otra razón, que el sonido está siendo aumentado por las paredes de la gruta, pero no tiene tanta seguridad. Parecen un arrastrar pesado y lento, seguidos del golpe de un cuerpo rechoncho, seco y duro, abominable en tamaño, ballena que brinca y cae lentamente en la superficie del océano. Múltiples pies de elefante con un andar de reptil.

Sube a tientas, a veces mirando hacia atrás, hacia la puerta de la gruta, y desesperada comprende que camina hacia el abismo, seguido de un ente amorfo y ultraterreno. Se para lentamente y se da vuelta, como una muñeca arriba de una cajita de música, música monocorde en golpeteos que ametrallan los cerebros más resistentes. Camina lentamente hacia atrás, su cara blanca, el sudor resbalando por la frente, una constante presión que apretuja su estómago. Consigue avistar una sombra aún más negra que la oscuridad y se le escapa un alarido. Puede sentir el volumen del cuerpo informe balanceándose a cada terrible paso. Los contornos de aquel cuerpo poseen una luminosidad azulada, y suelta un hedor pestilente.

Ella imagina que no es más que la fusión de muchos cuerpos de seres ya muertos quién sabe hace siglos, apiñados como una masa de carne sin contornos definidos. Sus pies se forman a cada paso, como simples saliencias maleables. Y continúa caminando hacia atrás; peor que verlo es oír su canto monocorde y ensordecedor, hipnotizante y quejumbroso, como un largo lamento. Aquella presencia pulposa con sus múltiples voces salidas quién sabe de qué orificio desatan por fin el último cordón de raciocinio, y se siente quebrada por dentro, como si su corazón hubiese estallado. Y la figura desaparece súbitamente, y ella siente un vapor que sube y la envuelve, como un viento que surge del propio suelo, ...Suelo? Está cayendo!

Mirar hacia abajo es observar un ojo blanco que toma cuerpo y se extiende con extrema calma. Debería estar desesperada de saber que cayó al abismo, o de haber visto aquello que estuvo buscando sin saberlo toda su vida. Pero la caída vertiginosa parece haberle traído la paz que esperaba encontrar, y aquello ya no puede darle miedo. Se ríe de la ridícula situación en que estaba hace un momento: de un lado un abismo, del otro un monstruo.

Por qué creyó en esa história de terror barata? Inexplicablemente llegan a su mente recuerdos que no ocurrieron en su cuerpo, la vida de un shentok en el desierto, un viaje fugaz por tubos azulados y rojizos, las banderas de la Orden Zoog, un cielo pálido en la Antártida. Y cuando mira hacia abajo, se siente una hematoprisma viajando por la arteria de algún desdichado; los recuerdos ajenos que invaden su mente y la realidad espacio-temporal parecen entrar en conflicto supremo. Y mientras la luz hace refulgir las paredes en un tono ocre, allá abajo el círculo blanco se agranda cada vez más. No sabe dónde esto irá a parar, pero ya perdió el sentimiento de ser una mujer de ventiocho años infectada por hematoprismas, y todas las vidas por las que las hematoprismas pasaron, sus propios recuerdos y de las otras víctimas se confunden y se igualan, hasta, sin saberlo, estar libre de su isolamiento de ser lo que fue; y aquel blanco que la había llamado, ahora la engulle, la envuelve y la hace suya, la hace nada, la hace todo.

Fin del cuento

Página de: Abril/1999. Criada por: Julián Catino