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Hacia la gruta



I- La subida

Las humaredas blanquecinas pasando por la entrepierna entumecida, mientras sube penosamente hacia la gruta. Un libro de tapa oscura y algunos víveres en la mochila que retumba a cada paso. En la mano derecha un bastón flexible y resistente, que se curva un poco cuando apoya el cuerpo empujándolo hacia arriba, más arriba, allá donde el mundo es blanco, allá donde duerme aquello.

Botas de cuero reforzado, el viento que corta la piel y la reseca; una campera vieja de su padre el viajante. Algunos espasmos de frío; a veces, cuando mira hacia adelante, los ojos entrecerrados, el aire y el cielo se unen en una confusión momentánea, y trastabillea. La caminada, en vez de calmar y ordenar, desata de a poco un pedazo del ser que está adentro, aquel que cuando aparece convierte la sabiduriá en sombras, que trae recuerdos de algo eterno e inmutable, que sumerge la vigilia en un mar de lodo, que le hace ver bultos que se escabullen entre las piedras. Será que realmente no hay nadie por aquí? Sólo aquello. Quién puede vivir aquí? Bueno, aquello vive aquí, si se puede calificar a eso de vida.

Se esconde atrás de una gran roca y retira de su mochila una lata de conservas. Intenta orientarse mirando a sus lados, pero sabe desesperadamente que no sabe dónde está. Mientras come al resguardo del viento, retira el libro de tapa escarlata que hace casi diez años está en su poder; nunca supo el significado de las inscripciones de la extraña cubierta de cuero. Desde que lo vio por primera vez, le parecieron grabados de imágenes que el autor quiso reproduzir desesperado, obsesionado por alguna visión ignorada. En todo caso no se parecían de hecho a nada de este mundo, y en la nada debían quedar.

Se dispone a leer lo ya leído, a repensar las posiciones ya tomadas y las que tomará, como repasar la lección del maestro. Con la diferencia de que el maestro murió internado en un hospicio, simplemente arrojándose desde la ventana de la sala de las enfermeras, luego de una discusión con un médico que murió dos años después. El médico era un visitante en el hospicio que trabajó intentando descrubrir el secreto de una enfermedad desconocida venida del cosmos, la misma enfermedad que mató a su padre.

Abre el pequeño trofeo, único vestigio de las experiencias de este inesperado maestro; se acomoda en el suelo y comienza a leer a partir del indicador:

"5 de mayo: Pude dormir tranquilo toda la noche. La quietud de la sala, mis compañeros de cuarto, todo alrededor me entregaba a la calma, todo parecía volver lentamente a ser lo que tal vez había sido alguna vez. Distingía los colores sin esfuerzos, el tacto había vuelto a identificar lo áspero de lo suave, lo caliente de lo frío, aunque a veces algunos objetos metálicos de formas rectas parecían poseer cierta viscosidad. Llegando a la tarde ya el piso se ahuecaba y los vestidos blancos y amarillos intensos me llevaban a esos espacios blancos intensos, donde sólo existe el nada absoluto. Los cuerpos de los médicos y sus delantales, sus rostros como si los viera por una lupa, me empujaban hacia aquello que estaba en mí, luchando por salir, aquello que me tironeaba desde abajo una y otra vez, haciéndome encontrarlo y verle su faz.

Estuve en aquel vacío toda la tarde, mientras aquello me tironeaba. Aquello nos trae, quiero decir, nos lleva hacia su esconderijo en el fondo de nosotros, entre nuestros impulsos más inferiores, para comernos despacio. Primero espera; nuestra concentración en un toque, un sonido, una mirada peculiar son vitales para su primer empujón. Las percepciones se mezclan, niebla espesa de recuerdos innombrables, los paisajes fugaces de nuestra tierna y no tan tierna infancia, los sueños impregnados de telarañas. El segundo empujón es enseguida, cuando aún estás aturdido. Entonces lo que resta es aguantar los golpes apretando los dientes, y esperar. O buscar colores fuertes, movimientos bruscos para salir del vacío. Cuanto más tiempo se deambula en el vacío, más vacío se queda.

El pesar, el dolor ciego de no saber dónde se está. O peor: no saber lo que se es. Y no hay como calmarse, no hay a quién ordenárselo. Eso aún los médicos no lo entienden. No es simplemente "estar fuera de sí", es ser el no-sí, donde una aguja es un abismo y el zumbido de un mosquito el más aterrador de los alaridos. Ese es el momento en que aquello nos acierta sus mejores golpes, su imagen se corporifica en el primer objeto a la vista: agua en un vaso, la pared blanca, un timbre o simplemente una lamparita. Entonces estás en el frío, temblando entre las paredes de una cueva, escuchando su voz que hace recordar algo oculto; hay un mensaje aunque no puedas saber su origen, y sin recordar las palabras. Es como un sueño, pero en vez de descansar, duele y fatiga. Su tono de voz es profundo, y tenés la sensación de ver dos ojos naranjas y pequeños que miran hacia el negro más puro. Y dentro tuyo, llenándote de indicaciones y señales, aquello te programa para ir hasta él, ser él, matarte...
Cuando pasó la crisis, estaba atado a mi cama, las cabezas de los internados a mi alrededor en un semicírculo de voces (miren, está despertando, le vuelven los colores, dónde estuviste?, yo ya tuve varias de esas, pobre). Y cuando se está desprevenido, a la noche o a la mañana, aquello vuelve, los embates cada vez más fuertes, y te empuja, te lleva hacia su lugar y te envuelve. No, no puede ser un monstruo: los monstruos salen a la noche y asustan a los colegiales, y aquello sale cuando quiere, y no asusta: te persigue y cuando te descuidaste, armaste una maleta y saliste a buscarlo."

Para y piensa. Cierra el libro. Los dos tuvieron los mismos ataques (el médico amigo de su padre diría síntomas); el maestro demente sólo tuvo la mala suerte de ser internado y dejado solo a enfrentar sus pesadillas. Y tratado como un espécimen incomún, una raridad médica de inteligencia extraordinaria y una terrible enfermedad desconocida.

Y aquí, oh sorpresa!, el cielo es blanco. Entre la niebla se vislumbran un par de casas, acostadas sobre la colina, durmiendo cerca de un río de metal que cae hacia el horizonte. Los colores son pálidos, se apagan mientras más se sube; es la muerte de la diversidad. Ya se le ocurrió cuando subía que cada vez veía menos colores. El rojo desapareció. El verde parece marrón claro, el azul predomina en la neblina que cubre el valle del otro lado de la colina. La tierra está gris. El cielo pasó a un tono violáceo, el cielo que se ennegrece. Hasta los casi inexistentes arbustos están grises, talvez del polvo. Del polvo gris, tal vez, quién sabe? Del polvo blanco, tal vez nieve; el zumbido, el zumbido otra vez!

Se levanta gritando, las manos en la cabeza y los ojos desorbitados, entra en una humareda blanca y cree ver el mar desde adentro, como un pez que mira el sol. Un alarido explota sus sensaciones, da vueltas y todo queda blanco como aquel círculo de cartulina que tenía el arco-iris, y que en la escuela lo hacían girar para demostrar que la suma de los colores... Eran los días de la escuela donde estaban los primeros recuerdos de aquel vacío que sentía hace casi veinte años. Comenzó en ese entonces a crear técnicas para alejarse del vacío eterno que empujaba hacia abajo. Pero cuanto más sus técnicas mejoraban, peores sus ataques. Aún así, su capacidad de abstracción se tornó una de sus mejores armas, ayudada por un discernimiento claro y objetivo.

De alguna manera, aquello sin forma y sin nombre atrajo su forma y su nombre hasta aquí para, quién sabe, encontrarse por última vez. Aún así tenía la sensación de que aquello había nacido con su propio nacimiento, y era su misma sangre y el aire que entraba en sus pulmones.

Carga la mochila en su espalda, distribuyendo el peso pacientemente, para una nueva caminada. Por un momento no se acuerda por dónde vino, y por dónde deberá continuar. Para arriba, es lógico, pero qué arriba, hasta adónde? Sabe entonces que realmente no interesa el camino, sus pies sabrán atravesar.

El viento silba en su campera, surgen recuerdos de su padre astronauta que alguna vez usó esa misma campera, su padre que murió con el corazón despedazado por una enfermedad terrible y enigmática, que le hablaba de mundos fuera de la tierra, mundos de hambre y codicia, mundos de esclavos y mundos de dominadores, mundos de calma y mundos de guerra. La invasión de aquel virus espacial. Tal vez el blanco y el frío que hieren se acentúen por aquel virus espacial. Aquí el frío es blanco, el aire es frío y blanco, el cielo es inmenso y blanco, las piedras son... ah, una piedra verde. La recoge y se la pone en el bolsillo derecho. Ahora llegando a la cumbre cualquier color puede significar conservar la razón en el próximo ataque.

Dos horas más adelante comienza a verse el fin de la subida, y decide parar nuevamente. Las regiones más bajas (aquellas dos casas que estaban casi enfrente y que ahora están atrás, a su izquierda) están oscuras y mientras los tenues colores del atardecer se dispersan en su último fulgor, el cielo se oscurece rápidamente. Espera llegar al alba, así que será mejor dormir aquí. Sí, dormir aquí. Miedo? Cuidado, al maestro lo mató su miedo, su desesperación. Saca otra lata, y mientras la abre, abre nuevamente el libro.

"12 de mayo: Estoy decidido. Voy a buscarlo aunque me cueste la vida; no me dieron salida, estas visiones, estos recuerdos de tiempos perdidos me acechan y me destruyen de a poco. Un campo magnético en mi mente atrae todo tipo de sombras y figuras que murmuran a mi alrededor las indicaciones para realizar mi viaje. No soporto la soledad de esta cárcel de psiquiacópatas demoníacos que continúan a verme como verme bastante rarongo. Detesto su compasión. Odio la forma con que me miran, compasivamente superiores. Es que no saben que ellos, insistiendo en su sociabilidad decadente, me empujan al vacío? Será que no sienten envidia de no conocer mis experiencias? Y si soy un elegido? Y si mis psicoracionalizaciones no son una patología psicótica, si no una ventaja natural y mía, propiamente mía? Lo que pasa es que nunca pensaron que no son ma's que fantasmas entre los millones que sobreviven a duras penas luchando en creer en su magnífica importancia, billones de pedazos de carne que viven, sufren y mueren en una cárcel llamada "yo soy". Espectros que oscilan entre el hecho y la idea, sin nunca fusionarlos en un único acto, seres que deambulan pidiendo limosnas de afecto y comprensión, exorbitados por sus inventos impresionantes que demuestran su propia insignificancia, entes imaginados por un aquello terrible y estúpidamente mayor, partes del sueño de aquello que nos espera, aquello que se nos hace presente a unos pocos desgraciados.

Mi última oportunidad es hablar con el amigo que me resta, aquel médico enfermo con mi misma enfermedad que ve en mí la salvación de su causa, erradicando a aquello que él llama de "hematoprismas"; tal vez después de mi explicación entienda que las cosas cambian, y si para nosotros cambian (nosotros, los aglomerados de supercélulas hiperperfeccionadas que constituyen el ser humano), imagine entonces un cambio para un ser como una ameba. Pequenísimo cambio de consecuencias asombrosamente grandes. Cuando le diga que buscar aquella caverna es mi última esperanza, espero que entienda de una vez por todas y deje de jugar con mi cuerpo.

Ser que lees estas últimas líneas de mis bizarras experiencias con aquello que está allá adonde iré: si tenés también aquello esperando en cada esquina queriendo atraparte, dejá que te empuje. Él sabe adónde llevarte, y cómo; sólo te resta llegar entero de espíritu (como si fuera poco!). Sin palabras, sin imágenes, sin referencias, pero te va a empujar y sin saberlo vas a llegar. No está tan lejos, y comparándolo tan sólo con el Sistema Solar, estás demasiado cerca. Suerte."

-Gracias -susurra como si un muerto pudiese escuchar.

Piensa que es mucha, demasiada coincidencia, haber venido en estos días. Siente las cosquillas habituales, y una pequeña presión en el vientre. Retira la manta de la mochila y se acuesta. La noche parece prometer el silencio y la calma que precisa para llegar con el espíritu entero. Espera que ese mismo silencio no traiga aquel ligero sentimiento de estar muriendo. Pero su propia espera ansiosa lo trae, e intenta entonces apartar de su mente ese lejano descender por una viscosidad pegajosa, hasta que, luego de un par de horas, acaba durmiendo en paz.

Despierta unas horas después de un sobresalto. Toma la piedra del bolsillo y la aferra con las dos manos, junto al pecho. Se acurruca en temblores que invaden su cuerpo. Miedo? Pero si no hay nadie? Exactamente por eso, nadie hay, nadie da vueltas y se esconde entre las rocas, nadie en esas presencias cojeantes que buscan almas para desgarrarlas y comerlas como hienas a carroña. Pero, quién les puede reprochar alguna cosa? Tienen hambre, como cualquiera...

Duerme en un movimiento constante y mudo hacia un espacio negro donde la ternura agoniza en las manos de la peste, siente de vez en cuando un leve roce en la espalda de una superficie lisa y dura como un bronce frío, pero con movimientos espontáneos de un ser vivo. Despierta de a poco mientras percibe los roces que se van convirtiendo en toques más nítidos, hasta hacerse empujoncitos.

Su tensión aumenta, y con ella los empujones pasan a zamarreos de algo helado, sin contornos definidos, como el agua del Ártico. Despierta pero su miedo le impide abrir los ojos ni darse vuelta, y escucha un sonido hueco y continuo atrás suyo, y el movimiento se junta a sus propios espasmos inconscientes. Es cuando siente un calor que inunda su estómago y baja lentamente hasta ser un chorro húmedo que sale de su vagina. Lo siente mojarle la entrepierna, y aquellos que mecían para auyentarla parecen alejarse con gruñidos de inconformismo, y es como si escuchase sus múltiples pasos unos metros más lejos. Abre los ojos y vuelve la cabeza hacia atrás. Efectivamente, nadie estaba tocándola, nada estaba moviendo y tocando nada en el nada de la nada.

Es hora de olvidar la gruta y volver a casa. Su pantalón está un poco oscuro, y al verlo su carcajada explota los comedores de almas en millones de pedazos que se mezclan con el viento, y que se volverán a juntar alrededor de otra alma desdichada.




Fin de la parte uno
Parte dos: la entrada

Página de: Abril/1999. Criada por: Julián Catino