Página principal Sobre este cuento... Parte tres: el descenso Parte uno: la subida

Hacia la gruta



II- La entrada


Ella junta sus cosas contenta y excitada, y mira hacia abajo buscando el camino de vuelta. Siente un escozor extraño en la espalda, y cuando mira hacia el cielo, el viento despierta en ráfagas violentas haciendo rodar la lata vacía. Los ecos de la lata resuenan en palabras que cree haber escuchado hace mucho tiempo, y aunque no sepa cuándo ni su significado, su piel se eriza al recordarlo. Entonces se vira hacia la gruta, enfrentando el viento, y el piso tiembla en una vibración inaudible que se comunica por sus pies con sus entrañas casi vacías de comida, produciéndole arcadas a cada temblor. Intenta en vano conservar el equilibrio, cae al suelo.

Derribada, la sensación de su cuerpo partiéndose en pedazos es tan potente que se pierde en un delirio momentáneo en el que su cuerpo se sumerge en una aletargada conversación con algo más allá de la terra; pierde el aire de sus pulmones en la lucha, y en la anoxia temporaria sus manos quedan fuera de control y se pegan al suelo, la tierra una sanguijuela que chupa su voluntad, el cielo turbulento se ilumina con la lenta llegada del sol, sus ideas pasan en ráfagas como viento, no consigue sostenerlas.

Agazapada y entumecida, cae presa de las peores alucinacones: barcos de revestimento metálico que navegan en un mar oscuro de consistencia pegajosa, bajo un are rojizo y pálido; seres gigantes y amenazadores que lloran desesperados en aullidos de terror mientras ven sus construcciones de siglos desplomándose en estallidos que estremecen la tierra, lanzando montañas de polvo amarillo y seco; llamas lejanas envueltas en humaredas azules de las explosiones de las ciudades de Ult'Ghar siendo atacadas por la Orden Zoog; la expansión muda y lenta de la explosión de un viejo y ya olvidado planeta que se ve desde un suelo desconocido que reluce ante el crepúsculo de dos soles gemelos; el esplendor tenebroso de una construcción ignorada que se cierne en un desierto ámbar; el famoso brujo de manos de piedra que lucha contra una horda de pequeños y sanguinarios seres contorcidos en sus propias columnas; los asteroides del cinturón de Jammuth que pasean silenciosos en el negro absoluto, y que esconden un secreto horrible que ya fue el fin de muchos exploradores imprudentes; la reunión de parlamento de los shentoks en las costas del Mar Exterior. Los shentoks...

Un gruñido, una voz cavernosa que repta ladera abajo, que cruje en cada sílaba formando frases como un alud, despierta en su mente la presencia de un profundo y antiguo conocimiento que parece renacer luego de cientos de años de un letárgico existir. La desesperación de verse dominada tan sólo con la tierra, el viento y principalmente por la vibración ensordecedora, hace que sus músculos se tiesen hasta sentir puntadas en los tendones. Se arrastra subiendo hacia una roca plana unos cinco metros adelante. Transpira en el esfuerzo por salir de la tierra, la tierra que intensifica su inconcebible poder de succión al percibir la intención. El sol continúa su camino casi como si no estuviera pasando absolutamente nada, llenando el mundo con aquellos rayos brillantes y dolorosos. Está nuevamente en el vacío, y por un momento no es más nadie.

Allá abajo ve una joven que se arrastra en contorsiones ridículas hacia una piedra, viaja hacia el sol, hacia el astro purificador, allá donde la luz del sol es un punto fijo, revoloteando como el mosquito en la lámpara entre las ondas de luz que desprende el purificador hacia el espacio negro, los puntos multiplicándose en el fondo negro alrededor del fijo purificador, viaja hacia el blanco que se contagia en el universo, entre el Gran Nada que se inunda de luz multiplicándose en contagios blancos entre los puntos lejanos que se dispersan, navega hacia el universo inundado de negro del Gran Nada contagiado de luz del sol que inunda de blanco, atravesando oscuro entre rayos del punto inundado de fijo, sin chamuscar sus alas de mosquito acercándose al purificador inundado de universo inmerso en negro lleno de Gran Nada, llegando al oscuro contaminado de puntos blancos que... aaaaaaaaaaaahhhhhhhh!!!!!!!!

Presiente que no sabe más quién es, y el presentimiento la lleva al cuerpo que reconoce suyo. La invaden recuerdos de cuando fue constatada su contaminación con hematoprismas, y de cómo, en vez de esperar el avance de la infección hasta que su corazón explote como el de su padre, prefirió juntar sus pocas cosas y buscar aquello, aquello que su maestro buscó hasta la muerte. Y tiene por un instante la certeza de que está condenada a muerte; pero la misma condena inevitable la impulsa a continuar, sabiendo que por vivir ya está lucrando.

Ya está a un metro de la roca, y aleja un brazo de la tierra, con el que empuja el resto del cuerpo hasta estar completamente sentada en la roca. El corazón se calma lentamente, llevando su respiración a la quietud. El suelo enmudeció cuando retiró su cuerpo de él, y no oye más que un eco lejano de lo que era aquella vibración enloquecedora; el viento cesó como si nunca hubiese soplado. Y mientras un tatú se esconde atrás de un arbusto para protegerese del sol, la tranquilidad se convierte lentamente en un sopor y un slencio tan perfecto que le parece artificial. No confía, no puede confiar ni aún en el silencio, la calma es letal y nuevamente sus pensamientos se turban.

No hay tiempo que perder; ella toma fuerzas, llena sus pulmones de aire nuevo y con un grito de rebeldía salta hacia el suelo, corriendo hacia la mochila, y luego hacia arriba; punzadas en el pecho. Arreglándose las correas de la mochila, observando las inexplicables mudanzas del paisaje, se le ocurre una explicación fascinante, lógica y fría sobre su fuerza y su corrida, y sobre la misteriosa caída libre al vacío del maestro. El rompecabezas comienza a tomar forma, pero la forma dibujada parece tan imposible que se estremece, pero las piezas así lo demuestran: su decisión de venir a esta montaña olvidada, su corrida asustadoramente rápida, su viaje hacia el sol, la muerte del maestro, la horrible muerte de su padre atacado por las hematoprismas, las palabras del maestro: "Aquello nos trae, quiero decir, nos lleva, hasta su esconderijo dentro de nosotros ...", "... tenés la sensación de ver dos ojos naranjas y pequeños...". Ojos de shentok.

Las hematoprismas, que destruyeron la mitad del planeta Shentok, que diezmaron a los zoogs, que su padre contrajo como representante humano y correspondiente de la guerra entre zoogs y shentoks, las hematoprismas que empujaron al maestro hasta la caída libre, y que la matarán a ella misma quién sabe en qué momento.

Continúa corriendo, pero las conclusiones sobre su raciocicio la enloquecen, y su forma de correr casi sin mover sus pies la tierra, resbalando como en un suelo de mármol pulido, parece reafirmar su idea monstruosa a cada paso. Es lo que sintió en sus visiones, ser arrancada de su cuerpo a tal punto que cuando volvió no sabía realmente quién era. Viajar hacia el sol como una hematoprisma hacia el corazón, ver ojos naranjas y profundos, correr resbalando como un zoog; reflexionando sobre su forma de actuar se confunde y cree haber sido empujada hasta aquí, hasta la gruta vista por su maestro, por el médico de los informes sobre las hematoprismas, por su padre y por ella misma.

Las nubes se enrojecen del lado opuesto del sol, que está casi en la mitad de su diario recorrido; una sombra parece cubrirlas por la mitad; es el pico negro que acaba de aparecer, una montaña hacia donde sus pies corren prácticamente sin esfuerzos. Y llegando a la cumbre, no hay manera de parar sus pies. No intenta explicar el por qué de aquel arbusto moverse sin viento, las nubes enrojecidas por el pico negro, la entrada de la gruta inteligentemente tallada para imitar un mausoleo o cúpula. Ella camina apresurada en el intento de controlar sus piernas, y entra en la gruta en la penumbra. Puede distinguir altorrelieves de formas curvas que parecen representar una embarcación bajando vertiginosamente hacia una tierra desolada donde varios pequeños seres le dan la bienvenida. Los altorrelieves continúan pero la luz escasa impide ver su continuación.

Mientras camina aprofundándose en las entrañas de la gruta, ella descubre con asombro que el terreno continúa subiendo. Pero la fuerza que no la deja parar era tan imperceptible que había creído estar bajando. El aire fétido y caliente contrastra con el frío del desierto allá afuera, creando una corriente de aire que la envuelve como millones de seres diminutos que la rozan constantemente. Todas estas sensaciones ambivalentes, se le ocurre, deben ser producto de su corrida, de la que no paró desde que saltó de la roca. Seguramente sus sentidos están aturdidos, y decide parar para comprobarlo, pero sus piernas no le obedecen. Y ordena, suplica, implora y solloza sin resultados. Cierra los ojos, entonces, e imagina una suave corriente, un puntito de luz que sale de su nuca, navegando entre los enmarañados blancuzcos hasta llegar a una región muy lejana, en los tendones de sus pantorrillas; la chispa toca los músculos, los tendones se tiesan. Abre los ojos. Está parada.

La oscuridad es completa, no consigue intuir la altura de la caverna, mucho menos su ancho. Toca la pared izquierda, mojada y caliente, y espera que sus pupilas se acostumbren a la oscuridad para continuar.

Camina despacio un par de metros, una humareda entra en su nariz y le acaricia el rostro, causándole un profundo malestar al respirar, y para instantáneamente. Unos metros más adelante aparecen luminiscencias amarillas como fuegos fatuos. Tal vez los efluvios que le ocasionan ese malestar provengan del extraño resplandor. O tal vez de una nueva manifestación de la menstruación, pero a este punto le es difícil sentirse enteramente humana, todavía más mujer. Escucha un eco perdido que le trae la idea de un murmullo constante, como si corriera agua bajo sus pies. Las gotas de transpiración de las paredes se mezclan con las suyas, formando una sustancia pegajosa y repugnante, pero no se anima a soltar su única referencia de este mundo de tinieblas y humedad lactosa. Ya con la visión más nítida, consigue definir el resplandor como reflejos de un fuego invisible. Da un otro paso y con sorpresa ya no encuentra suelo, tropieza en la cornisa invisible y al caer tiene la suerte de asirse a una proturberancia rocosa. La mitad del cuerpo que pende en el vacío se contamina de aquel vapor tibio y pastoso. Ahora que mira hacia abajo del abismo comprende que el resplandor que veía unos metros adelante suyo es el reflejo del fuego infernal que es el final del abismo. Retira su cuerpo del pozo y descansa en la cornisa. Tanteando, busca algún paso hacia el otro lado. Descubre apesadumbrada que llegó a la otra pared sin haber encontrado un camino. Un salto le parece locura, ya que ignora el tamaño exacto del pozo, y peor aún, su profundidad; no pudo ver más que un pequeñísmo punto de luz en su centro.

Su corazón acelera un poco y su conciencia comienza a flaquear. Temiendo que su tontura -debida seguramente al vapor amarillento- le haga perder equilibrio, se arrastra tímidamente unos metros atrás. Calcula el ancho total del abismo que flanquea su paso usando las luminiscencias que aparecen de vez en cuando. Y observando las paredes que la circundan, llega a la terrible y esperada conclusión de que el abismo es efectivamente el final del camino.


III- El descenso


Parece estar fatigada de todo, su paciencia acabó. Inundada por la desesperanza, se pregunta cuándo comenzará el camino de vuelta. En un raro momento de lucidez, retira la mochila de su espalda y sin reverencias la arroja al pozo. Mientras pasan los segundos interminables, sus manos, empapadas de sudor y de aquella sustancia que supura de las paredes, inician un nervioso temblequeo acompañando los espasmos de su cuerpo. No llega el menor sonido del fondo del pozo ni aún después de un minuto de espera irritante. El resplandor macabro continúa a reírse de su desesperación.

Cansada de su viaje a ningún lugar, se levanta e inicia el descenso, lágrimas en los ojos y la repentina sensación de que no tiene adónde ir. Volver? Cómo, quén dio la orden? Por qué sus pies no paran? Ahora sabe lo que es ser empujada, y sabe que si estuviese en un balcón de un hospicio, ya hubiera caído al vacío. De pronto, las paredes retumban en ecos que se multiplican en un sonido profundo de un peso enorme golpeadno la tierra. No, si fuese la mochila el sonido vendría del abismo atrás suyo, pero el retumbar ciego parece provenir de la puerta esculpida de la gruta. Por más que intenta imponer su voluntad, no consigue parar de caminar hacia ese sonido lejano que la llama con quejas y gruñidos, que convoca sus sueños; ella pugna por parar, y el truco de imaginar la orden que viaja por sus nervios no funciona. Entonces tuerce en un movimiento brusco su tronco, al mismo tiempo impulsando el giro con los brazos, tropieza en sí misma y cae estrepitosamente. Nuevamente observa los altorrelieves, aún en la penumbra, y le parecen apuntar al fondo de la gruta. Los pasos indecibles de un ser imposible de imaginar se hacen más nítidos. No hay ser en el universo que se transporte de forma tan grotesca y monstruosa. Sus pesados golpes acompasados en el suelo sugieren una masa tan grande y horripilante que ella supone, no existe otra razón, que el sonido está siendo aumentado por las paredes de la gruta, pero no tiene tanta seguridad. Parecen un arrastrar pesado y lento, seguidos del golpe de un cuerpo rechoncho, seco y duro, abominable en tamaño, ballena que brinca y cae lentamente en la superficie del océano. Múltiples pies de elefante con un andar de reptil.

Sube a tientas, a veces mirando hacia atrás, hacia la puerta de la gruta, y desesperada comprende que camina hacia el abismo, seguido de un ente amorfo y ultraterreno. Se para lentamente y se da vuelta, como una muñeca arriba de una cajita de música, música monocorde en golpeteos que ametrallan los cerebros más resistentes. Camina lentamente hacia atrás, su cara blanca, el sudor resbalando por la frente, una constante presión que apretuja su estómago. Consigue avistar una sombra aún más negra que la oscuridad y se le escapa un alarido. Puede sentir el volumen del cuerpo informe balanceándose a cada terrible paso. Los contornos de aquel cuerpo poseen una luminosidad azulada, y suelta un hedor pestilente.

Ella imagina que no es más que la fusión de muchos cuerpos de seres ya muertos quién sabe hace siglos, apiñados como una masa de carne sin contornos definidos. Sus pies se forman a cada paso, como simples saliencias maleables. Y continúa caminando hacia atrás; peor que verlo es oír su canto monocorde y ensordecedor, hipnotizante y quejumbroso, como un largo lamento. Aquella presencia pulposa con sus múltiples voces salidas quién sabe de qué orificio desatan por fin el último cordón de raciocinio, y se siente quebrada por dentro, como si su corazón hubiese estallado. Y la figura desaparece súbitamente, y ella siente un vapor que sube y la envuelve, como un viento que surge del propio suelo, ...Suelo? Está cayendo!

Mirar hacia abajo es observar un ojo blanco que toma cuerpo y se extiende con extrema calma. Debería estar desesperada de saber que cayó al abismo, o de haber visto aquello que estuvo buscando sin saberlo toda su vida. Pero la caída vertiginosa parece haberle traído la paz que esperaba encontrar, y aquello ya no puede darle miedo. Se ríe de la ridícula situación en que estaba hace un momento: de un lado un abismo, del otro un monstruo. Por qué creyó en esa história de terror barata? Inexplicablemente llegan a su mente recuerdos que no ocurrieron en su cuerpo, la vida de un shentok en el desierto, un viaje fugaz por tubos azulados y rojizos, las banderas de la Orden Zoog, un cielo pálido en la Antártida. Y cuando mira hacia abajo, se siente una hematoprisma viajando por la arteria de algún desdichado; los recuerdos ajenos que invaden su mente y la realidad espacio-temporal parecen entrar en conflicto supremo. Y mientras la luz hace refulgir las paredes en un tono ocre, allá abajo el círculo blanco se agranda cada vez más. No sabe dónde esto irá a parar, pero ya perdió el sentimiento de ser una mujer de ventiocho años infectada por hematoprismas, y todas las vidas por las que las hematoprismas pasaron, sus propios recuerdos y de las otras víctimas se confunden y se igualan, hasta, sin saberlo, estar libre de su isolamiento de ser lo que fue; y aquel blanco que la había llamado, ahora la engulle, la envuelve y la hace suya, la hace nada, la hace todo.

Fin de la parte dos
Parte tres: el descenso

Página de: Abril/1999. Criada por: Julián Catino