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Una noche gloriosa el comienzo de aquella noche, cuando finalmente Ernesto
entregó sus malogrados estudios en un disket al gordo Maximiliano.
Fueron años para encuadrar, sujetar y afinar sus sospechas
e imaginaciones hasta convertirlas no sólo en un artículo
de revista modernófila sub-científica,
sino en un tipo moderno y complejo de idea
multiarticulada, llena de pormenores, subconclusiones, esquinas y bifurcaciones
lógicas como un laberinto, que hasta puede tener muchas entradas,
pero sólo tendrá una salida.
La pensada, la imaginada, la esperada salida que desafía la
lógica. La deseada, innombrable presencia anónima de seres
formidables que nos saludan desde el futuro.
En fin: Ernesto había escrito un artículo en el cual sugería
que las pirámides mayas sólo podrían haber sido construidas
por seres extraterrestres. Era en realidad una antigua obsesión
de pequeño, que lo ayudó a sumergirse entre papeles amarillos
y a esconder su timidez atrás de una idea difícil de desafiar.
Ahora, ya adulto y formado, tez amarillenta, piernas flacas y huesudas,
Ernesto se escondía y se mostraba al mismo tiempo en su antiguo
templo mental. Lo adornaba con fotos, documentos, lo perfumaba de misterio
y lo ennegrecía, construyendo armadillas con preguntas sin sentido,
y así se protegía, sabiendo de antemano que deambulaba solo
por lugares inhabitados, casi desconocidas por los ignorantes hombres de
su tiempo. Como un fotógrafo profesional, sabía donde colocar
luces y donde colocar sombras, donde estampar y donde borrar, donde revelar
y donde sonreír en silencio.
Y así se sintió Ernesto al entregar el disquet: un día
glorioso!
Siendo un pequeño triunfo personal, no tenía con quien
festejar, y decidió hacer su celebración en casa. Al final,
si le preguntasen qué comemoraba, no sabría explicarlo, pues
ni él tenía una idea tan clara y consciente. Sólo
vislumbró sus contornos luego de terminar el segundo vaso de vino
blanco.
Y al ver el triunfo en el camino, al sentir los engranajes del mundo
crujiendo y acomodándose a su llegada, continuó más
alla. Y se dijo: "Y Stonehenge ? ", "Y las pirámides egipcias ?"
Y mientras la mitad de su mente se convencía de la maravillosa anormalidad
de esas construcciones, la otra viajaba más allá, y veía
viajes a regiones despobladas, paisajes memorables, diálogos profundos
con aborígenes. Y por primera vez vio dinero, y asombro en el rostro
de incrédulos. Veía terribles preguntas y elucubraciones,
en las cuales algo profundo era revelado y el sonreía la clara sonrisa
abierta del detective.
Se descubrió mirando la ventana de su cuarto, de donde se veía
otro edificio igual de donde pequeñitas luces refulgian atentas,
cada una con su pequeñita soledad.
Sintió -no vio, no, lo sintió con la nuca- que atrás
suyo un calor anormal crecía como un hongo de su tamaño,
con la copa de niebla y el cuerpo de nubes de luz caliente. Su espina dorsal
experimentó un dolor indecible con el calor, y Ernesto, asustado,
giró en su silla hacia el lado de la puerta.
No había nada. Es decir, sus ojos no habían rescatado
nada de anormal, y eso lo confundió; porque su piel aún sentía
ese calor, y, sin verlos, sentía dos amenazadores ojos negros encima
suyo.
Llevó una cachetada de revés que tampoco vio pero le golpeó
la mejilla y le giró la cara hacia un lado. Luego de la cachetada
invisible, objetos del cuarto tomaron vida.
La sala temblaba como un terremoto, y la araña en el techo cintiló
y algunos pedazos cayeron, explotando en el suelo. Piezas menores del cuarto
cayeron también: primero fue un libro azul de geografía,
después el vaso con el resto de vino, Ernesto saltó de la
silla y salvó la botella: una punzada de miedo le inundó
de dolor el pecho, y el corazón comenzó a latigar dentro
suyo, descontrolado. El león persa de metal que adornaba su estante
fue arrojado furiosamente. Las puertas del armario abrían y cerraban
violentas, y las ventanas se abrieron lentamente por la fuerza de un remolino
de viento dentro de la pieza. Todos los papeles volaron, comenzaron a girar
enloquecidos, y a Ernesto, que venía conteniéndose, se le
escapó un grito corto y cobarde. Luego del grito, se escapó
de su boca un gemido penoso que terminó entrecortado y sin voz,
... y felizmente, el viento paró, los papeles rodaron y quedaron
en el suelo, la luz volvió a iluminar más claramente.
Pero el silencio, tan quieto y penetrante cuanto había sido la
luz, penetró en la pieza junto con un viento helado, y una voz ronca
y pastosa se anunció a Ernesto:
"Largo fue mi silencio... pero hay un día
en que no se soporta más".
Ernesto no supo de dónde la voz salía,
pero después de lo que la voz reveló, no se importó
más de su origen.
"Varios como tú han intentado de forma
humillante atribuir a mis construcciones orígenes de los más
inverosímiles a los más depravados. Nunca, hasta hoy, me
digné a soltar mi furia, pues mi furia me vale milenios en las eras
de los dioses, y las considero mucho más valiosas que tu inútil
subsistir.
"Por qué me revelo ante tí, miserable
incrédulo del alma humana? Por qué no revelarme ante quienes
aún moran entre las ruinas de lo que fue nuestro pequeño
lugar en la tierra ? Porque para aquel pequeño muchacho de piel
orscura y ojos como la dulce almendra, para él no hace falta que
me revele, porque él sabe que yo caminé por aquellas montañas
en la selva, y él sabe que nuestros dioses observan aún entre
las densas nieblas de los mundos. Pero tú, pobre espíritu
sin rumbo, tú no sabes de nada, porque tus dioses te abandonaron.
Es por eso que crees en algo mejor más allá de las estrellas,
y es por eso que precisas de un milagro para verme. Pues sólo los
ignorantes y los incrédulos precisan de milagros para creer.
"Para quien ya fue uno entre los arquitectos
de lo que hay de más sublime en este mundo no hay peor ofensa que
la incredulidad y la ignorancia. En realidad, sé que la maravilla
de la obra que brotó del soplo de mis gentiles dioses y que surgió
através de mis manos, sé que ella sobrepasa qualquier ofensa
que se le pueda intentar infligir. Pero lo que desató mi furia fue
ver que su ignorancia no es simple desconocimiento, si no un intento
de probar que el alma humana es incapaz de producir una obra más
allá de su comprensión.
"Como si para un dios no fuese necesario realizar,
sino explicar. Como si el arte humano fuese de algún modo comprensible
!
"Mientras aún me encontraba sujeto al
pasar de la carga de los tiempos finitos, mi veneración a los dioses,
mi estudio, mi calma concentración en lo sublime y mi determinación,
consiguieron con otros venerables artistas inmortales una de las obras
de este mundo que asombran a todos justamente por su imposibilidad. Porque
lo que ven los incrédulos son construcciones entre las florestas,
y creen imposible un aborígen de la floresta construir algo sublime.
Esto desafía su pobre imaginación, ya que los incrédulos
del alma humana sólo creen en sí mismos."
Ernesto sintió que la voz no era tan colérica, que al
menos se calmaba al extravasar su furia.
"Si supiera que todo fue construido, al fin,
en la tentativa de que su alma chocada consiguiese percibir al menos un
pequeño cintilar de la terrible luz que él fulgura ! Porque
cada minúsculo pedazo de roca fue cariñosamente bendecido
con la sabiduría numerológica, arquitectónica, religiosa
que nuestros dioses nos concedieron luego de nuestras pequeñas conquistas
para la humanidad. Y nos costó nuestra entera vida física!
Pero nos tornó inmortales, dignos de descansar junto a nuestros
inmortales inspiradores."
Algo dentro de Ernesto se quebró como un cristal que no aguanta
la nota aguda de la soprano. Un peso invisible se apoyó en sus ombros.
Al principio pensó que no aguantaría, pero percibió
con sagacidad que si no intentase aguantar moriría aplastado contra
el suelo, porque su cuerpo se arqueaba más y más. La sonrisa
fría lo miraba de algún punto arriba suyo. Ernesto se entregó,
y cayó postrado. Un arrependimiento verde salió de su cuerpo
en un quejido suave. La presión lo abandonó, y así
Ernesto consiguió mirar a las estrellas que abarcaban el cielo afuera
de su casa.
En un corto silencio el viento se unió en una masa compacta que
pareció abarcar toda la pieza, y en un giro mortal de un eco sordo
escapó por la ventana.
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Fin