Una vez, aún joven, tres Hambrientos me miraron también sin miedo, y me persiguieron. Uno de ellos estaba excitado por querer atraparme.
Y yo nunca les tuve miedo a los Hambrientos. Así que trepé un árbol y esperé al primero. Al pasar, salté encima golpeando su nuca. Lo despedazé lo suficiente para que quede realmente feo.
Destrozé con placer su cara.
Ese día me comporté de forma siniestra.
Cuando vieron a su compañero, los dos se transformaron: sus rostros fueron dos muecas de horror con las que siempre me delicio e inspiro cuando voy a cazar.
Es lo que me gusta ser, lo que me gusta sentir. Inspirar miedo es una forma de vivir que se hizo placentera, y pretendo continuar aí hasta que la tierra se canse de mí.