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El planeta amarillo condenado por las paredes condecoradas con banderas colgadas
de la Orden Zoog. El piso de piedra exquisitamente pulida, para que los pies
zoogs, chatos y gelatinosos, puedan resbalar cómodamente. Y, en el centro
de la sala de operaciones, la mesa marrón con el tablero. Piezas, casilleros,
regiones delimitadas. El supracoronel Klerg, las manos en la mesa, mirando y
calculando, calculando y deduciendo, problematizado.
Cada una de las piecitas lo mirará desde abajo, expectante, hasta que la
decisión sea tomada. Agazapadas, esperan, obedientes y sumisas. Saben que el
supracoronel las observa preocupado, y que aquellas piecitas verdes, ya cerca
de la playa, levantan un problema difícil para la estrategia zoog; las
sanguinarias piezas verdes avanzam por dos flancos: el primero de siete y el
segundo de doce piezas. Las pobre ocho azules en la playa no tendrán apoyo
por un largo mes. Si avanzan, descuidan la cabeza de playa, y las cuidades del
interior quedan indefensas. Si se quedan, serán enpinzadas por el enemigo.
Los grandes bigotes prensiles del supracoronel se tiesan, en concentración.
El supracoronel Klerg no es dado a sentimentalismos, pero la pasión por la
invasión rápida y efectiva al planeta lo hace ahora sentirse profundamente
abalado por la creciente amenaza. Piensa en los tranquilos años de
invasión, en el esfuerzo de los pioneros que construyeron las
ciudades en el desierto. Imagina el trabajo de sesenta y
ocho años siendo destruido en uno.
Las hematoprismas. Si no fuera por las hematoprismas, hubieran conseguido
cruzar el Mar Exterior y aplastado a los "wheeles" en cuestión de meses.
Y si la epidemia continúa su mortal senda a su paso redoblado, tendrán
que huir de los dominios. Cómo retirar a toda esa gente? Cómo saber que
no están contaminados, si ya en las ciudades se relatan casos de zoogs
muriendo por las calles, la horda echando a correr desesperada, los centros de
atendimentos atiborrados de seres infestados por la plaga?
Si no fuese por esos seres microscópicos de características
desconocidasa y devastadoras, las otras colonias zogs los habrían ayudado
hace mucho tiempo. Todo parece precipitarse en la cabeza del suparcoronel,
mientras mira las piecitas mudas y quietas, congeladas por la espera de una
decisión.
Los shentoks, cobardes y sumisos, se rindieron apenas llegaron los primeros
invasores y aceptaron la esclavitud, pasando humillaciones, sacrificios,
vejaciones, construyendo con sus manos el imperio enemigo en su propio desierto
milenar; los shentoks "wheeles", los más violentos y salvajes entre los
shentoks, no se contentaron con la llegada de la Orden Zoog y se organizaron
del otro lado del Mar Exterior para combatirlo.
Murieron a centenas, y los
shentoks lloraron silenciosamente cada uno de sus cuerpos. Luego los "wheeles"
embandecieron, los ataques disminuyeron y todos acabaron por acomodarse a la
situación.
Pero la Orden Zoog necesita más tierras para colocar los excedentes de su
raza superpoblada en lugares para trabajar para la Orden. La guerra es un
controle de natalidad inconsciente pero efectivo, tanto por el sacrificio de los
millones de soldados caídos como por la própia invasión, que significa
más tierras y más trabajo. Esta es la moral que rige la Orden Zoog desde
su criación, y hasta ahora el método dio resultados.
Tocan la puerta tres veces.
-Entre!
-Un espía enemigo inisiste en verlo! Es un esclavo del general, y escapó
de la prisión para verlo!
-Encarcélenlo otra vez! Para eso me incomoda, miniteniente?- intimida el
supracoronel.
-El esclavo escapó cuatro veces, señor!
El supracoronel bufa y sus bigotes se tiesan.
-Tráiganlo!
El supracoronel esconde el tablero colocando un biombo. El miniteniente avisa
a los soldados a que se apuren a traer al shentok. Como siempre, el shentok
sonríe de manera casi cínica. Es un viejo de aparencia humilde, y la
humildad transborda de sus ojos naranjas y pequeños.
-Ya le dije a estos señores que no soy un espía, supracoronel...
-Supracoronel Klerg -los brazos cruzados, con un aire serio. Klerg cree que el
shentok puede serle un útil informante; es un esclavo, pero, al final de
cuentas, el esclavo del general. Se sabe que un shentok puede fornecer datos
importantes, y jamás miente, pero es imposible retirarle una palabra a la
fuerza- Bien, quería hablar conmigo.
-Disculpe, pero, por seguridad, prefiero hablar a solas -murmura el shentok,
mrando a los soldados de custodia. A la orden del supracoronel, los soldados se
alejan algo ofendidos, cerrando la puerta. El supracoronel, aguantando la
repulsión hacia aquel viejo de piel seca y ojos profundos, lo convida a
sentar, pero el shentok mueve levamente su cabeza indicando que no es lugar ni
hora para amabilidades y convenciones de cortesía.
-Quería hablarle de la playa de Shaanght; los "wheeles" no van a atacar. Si
atacasen, con seguridad vencerían por número, pero esa pequeña victoria
traeria consecuencias desastrosas. Ellos simplemente no quieren que ustedes
atraviesen el Mar Exterior, y harán lo posible para que eso no ocurra. Ellos
querían echarlos del planeta, pero cuando los ataques se mostraron
infructíferos, pidieron nuestro consejo; luego de varias discusiones de uno
y otro lado, les pedimos que no se metan en nuestro territorio (lo que era
perfectamente válido entre nuestras leyes), pero ellos contestaron que ya no
era nuestro, que el territorio pertenecía a ustedes. Vea, nuestra posición
era realmente difícil. Si los "wheeles" muriesen peleando por sus tierras,
serían vencidos y su cultura desaparecería; si no atacasen, ustedes mismos
atacarían (como acabaron haciendo), acabando también en la desaparición
de los "wheeles". De una u otra manera, estaban condenados. Y como ellos y
nosotros, a pesar de nuestras diferencias, pertenecemos a la misma raza, es como
si una parte de nosotros mismos muriera. No podíamos permitirlo.
Personalmente, no nos incomoda que ustedes ocupen nuestra tierra, ya que, para
hablar francamente, la tierra no tiene dueño.
-Esperá un momento, huiste del tema. No quiero que me cuentes la historia de
tu raza, estábamos hablando de la playa de Shaangth.
-Por favor, déjeme terminar el raciocinio. Resumiendo, deberíamos
colaborar con ustedes y al mismo tiempo con los "wheeles". Como tanto unos como
los otros se consideran enemigos, sería imposible ayudar a uno sin traicionar
a otro, y nuestro modo de actuar nos impide usar la violencia.
-Y qué hicieron? Lo jugaron a la moneda?
El shentok sonríe al cinismo del supracoronel.
-No. Estuvimos varias semanas para llegar a nuestra terrible y magnífica
solución.
-Y qué decidieron?! -grita impaciente ante los rodeos lógicos e
interminables del anciano de rostro verdoso.
-Resolvimos desaparecer.
El supracoronel esperaba cualquier estupidez menos ésta. Desaparecer!
Pensó en los relatorios que llegaban de varias ciudades relatando sospechosos
desaparecimientos de esclavos. Su boca se abre lentamente, su cuerpo tenso.
-Cómo "desaparecer"?
-Así- dice el amable shentok, haciendo chasquear sus dedos. -Como un pase
de magia, y no estamos más aquí. No lo percibieron? Estamos desapareciendo
de cien a ciento cincuenta por día. Y cada día este número
aumentará, hasta que dentro de dos o tres meses no haya más shentoks en
este desierto.
La forma lenta y nostálgica en la que el shentok pronunció la última
frase, desconcertó por un instante al supracoronel. Por un momento eterno
que duró unos segundos, el supracoronel pudo sentir que el shentok estaba
despidiéndose de su mundo, pero de una forma resignada y alegre. Luego se
recompuso, pensó que era mejor contraatacar.
-Sí, viejo shentok, ya notamos eso. Pero no están desapareciendo.
Están siendo diezmados por las hematoprismas. Luego de desaparecer uno o
más esclavos shentoks, su amo y los zoogs que estuvieron próximos
mueren con su corazón explotado por las hematoprismas.
-Pero no es lo que sucede. Es practicamente imposible que un shentok muera por
las hematoprismas. Si fuese infectado, tendría el tiempo suficiente y la
propia ayuda de las hematoprismas para desaparecer. A menos, claro, que sea un
"wheele".
El supracoronel piensa, preocupado.
-Veo que todavía no hemos llegado a la playa de Shaanght, viejo shentok.
-Los "wheeles" no atacarán porque temen ser infectados. Les dijimos, y ahora
los obligamos a que no cruzen el Mar Exterior. Elegimos desaparecer, los
"wheeles" continuarán nuestra raza, y este lado condenado del mundo se
tornará un verdadero desierto, sin más que vida vegetal en las costas.
Más tarde, cuando todo haya pasado, será poblado nuevamente.
-Se está olvidando que nosotros somos dueños de esta tierra y no pensamos
salir. Y ustedes firmaron un tratado de paz y colaboración.
-Pero las hematoprismas no saben nada de paz o colaboración, no por lo menos
en los términos zoogs y shentoks. Lo que vengo a decirle es lo siguiente:
como esclavo del general, portanto general de los esclavos, le sugiero a usted,
en nombre de los zoogs, que se retire con sus hombres del planeta y vuelva
cuando su corazón traiga conocimiento y tranquilidad; de otra manera, su
corazón acabará siendo explotado por dentro.
-Es una amenaza? Así que un esclavo viene a amenazarme?
-Es una recomendación.
-Yo lo entiendo como el rompimiento del tratado y una declaración de guerra!
-Nigún tratado está roto, y además dentro de unos meses no
tendrá a quien declarar la guerra que tanto desea. Quien los matará lo
hará no por guerra de territorios, sino por sobrevivencia. Quien los
atacará serán las hematoprismas. Retírense mientras es posible contener
las hematoprismas, mientras es posible que esta tierra continúe a ser
habitada.
"Si las hematoprismas se tornasen incontrolables, esta tierra no
podriá ser habitada por animales por una centena de años. Olvide aquel
tablero de operaciones, ya no tiene utilidad; su enemigo es invisible; olvide
esta tierra y vuelva cuando hayan controlado su población. Eso es lo que
vengo a sugerirle.
-Y si no acato su ... sugestión?
-Infelizmente, acabará como los miembros de su especie, con el corazón
destrozado por seres unicelulares.
-Pero si pueden controlar las hematoprismas, por qué no lo hacen ahora?
-No podemos controlarlas si ustedes están aquí. Las hematoprismas
serán incontrolables mientras haya zoogs para comer.
-Desde cuando ustedes saben deee las hematoprismas? -indaga el supracoronel;
el shentok ríe deliciándose con la pregunta, y responde:
-Desde que desaparecimos, por supuesto!
La respuesta hace al supracoronel dar unos pasos hacia atrás, e imaginar
algo imposible, algo terriblemente imposible que responde todas las preguntas.
-Ustedes,... -dice Klerg lentamente, temblando de rabia y de miedo- ustedes
son las hematoprismas.
-Fue nuestra manera de desaparecer. Como shentoks no podíamos colaborar con
ustedes sin traicionar a los "wheeles"; pero como seres unicelulares
podríamos atacar sin ser enemigos, sin utilizar la violencia. Las
hematoprismas no matan por terreno, ni intereses de poderr; matan por
consecuencia de que precisan comer. Un shentok equivale a millones de
hematoprismas ; son perdidas la forma, la razón, pero, puede creerme, la
conciencia muda pero no muere; la conciencia se disgrega pero no desaparece.
Asume otra percepción, otro comportamiento, pero esta ahí! Es un hecho
maravilloso, que a sus ojos puede parecer aberrante, pero no más aberrante
que las invasiones de la Orden Zoog; fuimos empujados a esta decisión, y la
tomamos con alegría, porque significa una evolución sobre todos los
aspectos. Qué contradicción, no le parece?
El supracoronel no consigue pensar ordenadamente, y por un momento desea morir.
Pero su instruccón a la lideranza lo empuja a continuar, miles de soldados
dependen de él; consigue, luchando contra su desazón, accionar con su
bigote presil el botón de la comunicación.
-Informante, soy el supracoronel Klerg y quiero saber si los "wheeles"
continúan avanzando hacia el punto K-16, playa de Shaanght.
Se pasan segundos interminables.
-Hace diez horas que los "wheeles" se encuentran a doscientos "centers" del
punto K-16 y no avanzan, supracoronel.
-Comuníqueme con el hipergeneral Tengar, en la base Arkomht.
El supracoronel no puede creer en las palabras del esclavo, pero un shentok
nunca miente, y no perderá el tempo de un supracoronel si no fuese
realmente importante.
-Decime, shentok, y si continuamos el ataque aéreo?
No erradicaríamos a las hematoprismas?
-Talvez no. No conozco la resistencia de las hematoprismas, pero
debería comenzar a atacar sus ciudades. Con los "wheeles" talvez surtiese
efecto, pero la guerra está fuera del control de los "wheeles"; le repito,
el enemigo ahora está en la sangre de los pioneros y colonos infectados,
no en bandos de revolucionarios del otro lado del Mar Exterior.
Pasa un silencio en el que el supracoronel esconde su cabeza con sus brazos
extremamente largos, en una mueca de desespero.
-Supracoronel, -dice suavemente el shentok- el hipergeneral tambiém
está siendo avisado.
-No me diga más nada! Guardias, encarcelen este loco!
Los soldados entran y a empujones se llevan al pequeño shentok. Suena el
comunicador, y el supracoronel es avisado de que el hipergeneral está en la
línea.
-Supracoronel, debo avisarle de un encuentro que acabo de tener... un encuentro
bastante intrigante. Y usted, qué quería informarme?
-Adivino, hipergeneral, que tuvo un encuentro con un shentok malnacido como yo,
que le sugirió amablemente que se retire con sus tropas.
-P..pero...cómo lo sabe?
-Acaba de venir un shentok a decirme lo mismo. Es un complot.
-Lógicamente, no pienso retirar un soldado de su posición; un esclavo no
puede venir a decirme lo que tengo que hacer!
"Lógicamente un carajo", piensa Klerg,"somos tan predecibles, tuvimos la
misma reacción el hipergeneral y yo".
-El shentok me aseguró que son ellos las hematoprismas.
-Qué dijo?
-Lo que escuchó, hipergeneral: que los shentoks desaparecen y se convierten
en hematoprismas...
-No va a creerle esa mentira cruel! Es una jugada política, quieren que
nos asustemos.
-Realmente no sé qué pensar, lo llamé para pedirle un consejo.
-Ocúpese de la playa de Shaanght! Fallecido el general, usted es el
responsable por ese flanco. Si las cosas se complican, apelaremos al ataque
aéreo.
-Los "wheeles" no avanzan. Van a sitiarnos, esperando que nos debilitemos por
las hematoprismas.
-Entonces espere los refuerzos y aguante.
-Muchas gracias, y hasta pronto, hipergeneral.
-Hasta pron...
Clic! Klerg, aún confuso, vuelve al tablero y durante horas intenta
concentrarse, pero los brillantes ojos anaranjados del shentok no mostraban
ninguna jugada polítca, ninguna mentira; se siente un estúpido
pensando que mirará por un mes ese tablero que no mudará,
mientras miles de corazones explotan, miles de cerebros descontrolados
toman las ciudades.
Klerg ordena que traigan al viejo esclavo; prefiere su consejo al del
hipergeneral que descansa tranquilo en una base de la retaguardia. Pasan los
minutos, y temerosamente tocan la puerta. Entra un soldado que no osa mirar
los ojos de su superior.
-El prisionero escapó, senõr!
-Qué?
-Él... simplemente desapareció, señor!
El soldado continúa hablando, describiendo como buscaron y rebuscaron
intentando descubrir por dónde el esclavo huyó, disculpándose por su
falta de atención, y asegurando que la celda estuvo vigilada todo el
tiempo.
El supracoronel, enfurecido, apunta hacia el soldado que tiembla pálido;
-No. No te voy a matar -dice el supracoronel, bajando el arma, y con la voz
quebrada de angustia, concluye:
-No seré yo quien te mate; te reservo una muerte lenta y dolorosa.
Klerg sonríe maliciosamente, se despide de sí mismo, retira la espada
y decide no esperar ver su corazón explotar.