Página principal Sobre este cuento...

Viento en el galpón


Llegué para hablar con Fabio en "La pluma roja", en el kilómetro dos. Tenía algún trabajo para mí -talvez de alguna construcción nueva, pues había terminado de construir su casa hacían dos o tres meses. Pero Fabio ni me miró: escuchaba con el cuarto de la clientela la charla entre el viejo Castelán y un muchacho que yo nunca había visto. Fabio, Castelán y el muchacho rodeaban la mesita al fondo a la izquierda. Castelán me saludó rápido, moviendo una mano de las dos que se apoyaban en el mantelcito cuadriculado azul y blanco de cafetín porteño. Me senté al lado de Fabio, enfrente al muchacho, y pedí una agua mineral.

Castelán tomaba tranquilo su tónica con limón mientras estudiaba con cuidado las súplicas que le venían una tras otra, rodeándolo cautelosas, planenado suave sobre su cabeza y descendiendo una a una. Gente de otras mesas alrededor también acompañaba la charla, algunos con el oído y otros siguiendo ambos discursos como una partida de voley. Al tercer o cuarto pedido percebí que el asunto era dinero, y el joven había descrito unas y tantas ante Castelán, y ante todos nosotros.

Como siempre, Castelán oía más que hablaba, hacía más que decía (¿cómo creen que se convirtió en el hombre más rico de la región ? ). Pero Castelán no podría mostrarse avaro ante sus compañeros de trabajo, clientes y amigos que en ese momento estaban en la venta, así que en el fondo la estrategia del gurí no era tan idiota. Pensando sobre todo esto, o talvez sólo para probar hasta donde su interlocutor llegaba, el viejo Castelán lo dejaba comprometerse, mostrar lealtad, hablar de sí hasta agotarse, hasta no sobrar más que una sonrisa tembleque, una pequeña gota de sudor en la mejilla que parecía una lágrima, las manos nerviosas sin lugar donde caer y los ojos bien abiertos.

Entonces el viejo Castelán se arregló la postura en la silla, y con todo su cuerpo recto e inclinado al joven, aclaró solemne su garganta y dijo:

-Mi joven, estamos hablando de mucho dinero. Y su compromiso es realmente importante. A principio no me gustan los negocios así, porque quien mucho promete dificilmente no pasa de un estafador. Pero no tengo quejas de su capataz, así que le voy a dar un voto de confianza.

Dicho esto, algo dentro del joven estremeció silenciosamente como el estruendo de la tierra cuando lanzados fuegos de artificio. Fabio sonrió malicioso.

-Pero conviene avisar que, así como confío, si me decepcionan, aunque sea una sola vez, pocas veces consigo perdonar.

El joven bajó la cabeza, y a cada palabra asintió, mientras Castelán proseguió:

-Más importante que el dinero en juego es la confianza mutua: mi confianza de que usted es un hombre de bien, y la suya de que tendrá mi dinero mañana sin falta. Faltar el respeto a este compromiso es una falta de respeto hacia usted mismo, hacia mí y hacia todos los seres honestos que fundaron esta ciudad y que la mantienen día a día.

Nunca había escuchado de Castelán hacer un discurso tan correcto, y me impresionó su simplicidad. El joven agradeció tres veces en un espacio de cinco minutos; el resto del tiempo lo perdió elogiando a su interlocutor. El muchacho salió, yo hablé con Fabio lo que tenía de hablar y me fui.

Largo tiempo después fui a entregar al viejo Castelán unas maderas que me había pedido tornear, y que me habían tirado el descanso de mitad de la noche. Siempre de sombrero de aba larga, de esta vez Castelán mostraba sus largos mechones azabache atados en una trenza prolija y que llegaba a dos palmas después de la cabeza. Me recibió pulido, sin poder contener mucho su mal humor. Así que descargué las maderas, me sonrió gentilmente y me invitó al escritorio.

Atravesamos el enorme caserón, y a cada tramo Castelán encontraba alguien que le mostraba lo que estaba haciendo, le pedía un consejo, o simplemente lo saludaba. Sentí el agitar constante y sin prisa del hormiguero. Entramos en una salita minúscula, con una mesa, dos sillas una enfrente a la otra, y una estante repleta de libros. Mientras hablábamos de trivialidades sobre la ciudad, llenó el cheque, me lo entregó y luego bastante contrariado me pidió que si podía llevar una cierta mercadoría a la ciudad. Le dije que no habría problema, pero le pregunté por qué no podía llevarla una de sus chatas.

-Ay, hijo, ese es el problema. Una está en Los Hoyos, y la otra la chocaron. En realidad también debería cobrar una deuda, pero es un poco lejos... no vale la pena...

-Si precisa lo llevo hasta allá también...

-Le agradezco, pero llevando las bolsas al mercado ya me hace mucho.

-Como quiera. Pero yo le debo tanto que insisto en llevarlo, si lo cree necesario.

El viejo me miró un momento y rió. Luego dijo, para explicarse,:

-M'hijo, si todos fueran como vos, hoy no precisaria salir de aquí...

Una mala señal que Castelán tomase su viejo sombrero marrón; le daba un aire aguerrido, de pocos pelos. ¿Por qué? No sé, pero se lo puso con la expresión de quien pretende esconderse tras una personalidad peligrosa. Sus ojos quedaron finos y pequeños, su tez enrojecida por el sol, más color de mate. Los pequeños pómulos se escondieron tras la pequeñita sombra del sombrero, sólo aparecía su nariz puntiaguda y la punta de su barba rasa y blanquecina.

Primero fuimos al centro, y luego me guió por un barrio después de la ruta. Encaramos rumbo al este, el viejo Castelán guiándome por los senderos de tierra, cactus y matorrales. Me comentó que no podría usar sus camiones pues la trilla era angosta, y me mostró varios lugares por donde sus enormes remolques no pasarían, y otros donde se pondría peligrosamente en juego la suspensión. En otros dos largos tramos, el chasis sería muy bajo. Pero yo no había comprendido muy bien su contrariedad y su enojo hasta que llegamos a nuestro destino: la casa del muchacho que le había pedido dinero en "La pluma roja", cinco meses atrás.

El viejo Castelán se bajó, mientras el joven salía de la casa y se acercaba, al caminar meciendo el cuerpo ora a un lado, ora al otro. Los dos hablaron a unos veinte metros de mi jeep. Castelán lo miraba de soslayo, con las manos sujetas delante del cuerpo, hablando calmo y sin gritar. El muchacho, aparentemente contrariado, hablaba alto y amenazador. Giró su cuerpo, y ofensivo le ofreció la espalda. Volvió apuntándolo con el indicador, asegurando algo en palabras violentas, y clavándole los ojos. Se miraron por un largo instante.

El viejo Castelán quebró el tenso silencio con una frase de la cual mi curiosidad sólo dejó impresiones vagas. A veces creo que dijo algo relativo a destino o talvez camino, pero no tengo total seguridad. Talvez también hayan discutidos cifras (como veinticinco o setenta mil), que son palabras que confunden mucho si se intenta entender una conversación lejana y casi inaudible. Pero, en todo caso, sé, porque lo vi, que el muchacho no se ofendió con la extraña aseveración del viejo Castelán.

Quedó simplemente aterrorizado.

Extrañamente para mí, Castelán volvió al jeep de manos vacías, y aún algo enojado. Pero, conversando en el camino, hice algunos chistes idiotas y acabó por descontrairse. No me atreví a hacer ninguna pregunta relativa a lo ocurrido, que para mí continuaba un enigma, y también suponía que haberme ofrecido a llevarlo no me daba ese derecho. él pareció agradecer silenciosamente; además, me dio la impresión de que no me diría ni aunque se lo pidiese.

No hubo trabajo en todo ese mes más que servicios pequeños, casi todos fuera de la ciudad, exceptuando los esporádicos pedidos de Fabio, cada vez más escasos. Mi trabajo no prosperó, pero pasé el invierno y estaba con una buena estructura Así que comenzó la nueva safra los pedidos llovieron. Y así fue que iba frecuentemente a la casa de Fabio, o a los arrededores del kilómetro dos, casi siempre a "La pluma roja".

Hablando con Fabio un día, vimos que entraba el muchacho aquel que yo había visto por última vez cuando Castelán le había cobrado la deuda. Andaba andrajoso, y pidió caña. Ya parecía un poco trastornado o talvez sólo un poco borracho nomás, pero en todo caso no estaba bien. Así que, cuando después de hablar a las paredes, al cenicero y a la mesa ninguno de estos contestó, decidió acercarse a nuestra mesa. Fabio lo saludó de lejos, pero yo me arriesgué y le ofrecí una silla. Se desplomó en ella, las patas para cada lado, la mirada perdida en el techo. Pude ver que abajo de la camisa mal abotonada tenía manchas azules en el pecho, y sentí un golpe sordo dentro de mis oídos, que resonó de mi cabeza a los pies. Helado.

Intenté acerlo volver a tierra, poco a poco, y se acordó de mí. Me dijo riendo:

-¿Vos dirigías cuando el viejo me fue a apretar, no? -y soltó una carcajada perdida hacia cualquier lugar. Desalentado, me miró y bajó la cabeza.

-¿Y no pudo pagar todavía? -me atreví a preguntar. Se ofendió. Me observó por un segundo, haciéndome ver que estaba ofendido. Sé que quiso aparecer amenazador, poruqe sus ojos rechazaron las miradas piadosas.

- Qué le voy a pagar a ese viejo maldito! Es un diablo, un... un usurero, eso se lo que es... vive de las hipotecas, y del dinero que le deben. Peor! Vive de las tasas! Un comerciante y usurero, ese viejo buitre! ¿No parece un buitre, con esa nariz fea y torcida pá la izquierda? Buitre! Buitre!

Y así se quedó repitiendo "buitre, buitre", se bajó la caña de un trago, y con dos o tres disculpas esfarrapadas nos pidió que pagásemos, porque ya le debía también al dueño del barcito.

Nos apenó a todos escucharlo hablar así. -Pero está lleno de deudas, m'hijito! -le dijo Fabio. -¿Por qué no continúa su trabajo? La otra vez estaba tan lleno de ideas... ¿qué pasó? - El joven abrió sus ojos un montón. Miró el vaso, que no lo ayudó en nada, así qué nos devolvió el enojo soltando improperios por doquier, a mí, a Fabio, al dueño del bar. Nos mostró sus manos con tierra de días entre los dedos y las uñas; dijo que estaba trabajando, pero que todos los días venía el viejo por la noche y daba vueltas por su casa, revoloteando y riendo, y le destruía su trabajo. Es lógico que estaba delirando, yo mismo había ido con Castelán y sabía cuán lejos vivía el muchacho.

-Claro, ustedes no me creen! Me miran como a un loco! Los quería ver en mí lugar, intentando dormir mientras el viejo asqueroso da vueltas en tu casa y suelta carcajadas de buitre y se escucha crash plom plum y así... jhá, los quería ver. Y él me avisó, me dijo que me iba a vigilar y revolotear en mi cabeza, y que...

No me acuerdo qué más dijo. Nuestro silencio compasivo lo dejó más nervioso. Chacho, el dueño del bar, giró su cabeza en negativa; aparentemente, ya había escuchado ese mismo cuento algún otro día.

Me dio risa. Menos mal que me contuve, porque el muchacho estaba realmente fuera de sí. "Mi mujer se fue de casa diciendo que estoy loco, nadie más quiere trabajar conmigo, y encima la deuda que crece y el viejo buitre arriba de mi cabeza".

Le dimos algunos consejos matreros y salimos; le pagué la bebida al pobre, lo único que le sobró. Se me ocurrió que yo podría interceder por él con Castelán, pero Fabio no me permitió. Me dijo que el joven había enloquecido, y que yo iba a entrar en la de él si pretendiese ayudarlo. En el fondo era verdad, pero haberlo visto así me había chocado un poco.

Fabio me consiguió recomendar para una obra importante. Prácticamente no tendría material para atender tanto pedido, así que me asocié a otra maderera para atender la empresa, y si diese cierto talvez trabajásemos juntos. Menos mal que en ese tiempo un jovencito que había comenzado comigo hace poco tiempo estaba ayudándome con las cuentas y la administración, porque yo no daba a basto. El pibe estaba entusiasmado, y acabó ayudándome en las ventas, el teléfono, las compras de material y todo el papeleo, mientras yo hacía lo grueso del trabajo y la mayoría del acabamiento. Tenía otros dos ayudantes más, pero luego precisé contratar un tercero. Aún así, era yo mismo que hacía las piezas más importantes, y que hacía el acabamiento final de la mayoría de los pedidos; para eso, precisaba quedarme hasta más tarde casi todas las noches.

Una noche de viento fuerte que me quedé haciendo una puerta hasta tarde, escuché golpes sordos atrás del galpón. Salí y no vi más que el cielo azul oscuro lleno de nubes corriendo rápido, y entre ellas algunas estrellas poco brillantes. Los matorrales se agitaban indefensos ante las ráfagas sorpresivas. Luego de dos o tres golpeteos extraños atrás de las chapas, no se oyó más nada; las cañas zumbían y crujían como los caracoles de las maracas indias. No estaba tan frío, ya que era primavera, así que me quedé mirando las nubes que pasaban rápidas un momento, y luego giré para entrar a la casa. El aleteo grandioso y profano de un ave descomunal parecía levantarse por entre las cañas, atrás del galpón. Una sombra pasó fugaz y desapareció en cielo oscuro. Entré caminando rápido, no osando preguntarme qué había pasado. El viento continuaba su pasar con ráfagas violentas por entre las chapas, y amainó un poco cuando terminé la puerta, allá por las once de la noche.

Apagué todo adentro, y dejé sólo la luz de adelante, como siempre. La lamparita del techo iba y venía con el vaivén de un reloj, un poco más nervioso y apurado. Hasta el piso de madera crujía de tanta tierra que tenía. El jeep estaba lleno de polvo azulado, el parabrisas sucio. Me subí al jeep sintiendo piedritas hasta en la ropa.

La ruta estaba llena de polvo, pero al andar rápido me olvidé del paisaje y las nubes negras que corrían para atrás. Doblé a la derecha de la ruta, para tomar un camino que me lleva de atajo por el lado de las araucarias, y salgo atrás de mi barrio, a dos cuadras de casa. Del lado izquierdo abundan los árboles altos, del otro un descampado desigual me permite ver de lejos el barrio que va apareciendo. Las luces son escasas, apareciendo en postes del lado derecho. No vi estrellas. Soñoliento, andé de memoria, esquivando rápido los pozos ya conocidos de mi pequeña calle de tierra polvorienta; antes de dormir tendría que tomar un baño y comer algo caliente.

Algo en el camino oscureció. No supe explicarlo al momento, pero luego noté que en el próximo poste un vulto alargado parecía estar sobre la luz, y proyectaba una sombra fina y negra sobre el camino. Al llegar sobre él mi corazón heló golpeando el esterno, casi saliendo de lugar. Me bajé del jeep casi sin tambalear y lo vi: era un horrendo vulto colgado del poste de luz, un cadáver de un ahorcado en desesperación, moviéndose yerto en el vaivén del viento frío de la madrugada. Escuché el crujir de la cuerda al viento por un tiempo corto, pero lo suficiente para hacerme el corazón bajar hasta el estómago. Un profundo malestar repentino me obligó a devolver mis entrañar al costado del camino. Con el estómago vacío me fue posible soportar aquel crujir infernal, y aún darme fuerzas para ver. Tenía que tener certeza de quién era.

Era aquel muchacho, el pobre estaba con la misma camisa que lo había visto la última vez, sólo que más sucia y rasgada a la altura del codo derecho. Por los ojos abiertos de par en par pude ver que aún no había encontrado descanso, y talvez había andado mucho, porque los zapatos estaban estropeadísimos. Su boca estaba entreabierta, las manchas azules habían proliferado contaminando todo el pecho y llegando hasta el brazo de un lado y a la garganta del otro. Sentí mis venas pulsando en la nuca, estaba cubierto de un sudor frío que comenzaba en el hueco de mi estómago y terminaba en algún lugar de mi cabeza, que se rehusaba a funcionar. Luego de sentir ese hueco es que mi di cuenta que hacia tiempo que estaba caminando en círculos repitiendo idioteces, intentando volver en sí. Me dije en voz alta para ir al jeep, y así lo hice. Al sentarme, la sombra tétrica me tocó, y no conseguía moverme. Así quedé algunos milenios, con las manos en el volante, respirando hondo y moviendo el tronco del cuerpo para adelante y para atrás. Recordé el sonido que creí escuchar en el galpón de la maderera. Comenzó por dos o tres pasos hondos, pesados, y un gruñido que de tan profundo me había negado a escuchar. Después fue el aleteo, y una sombra recortada en el cielo. Jadeante, llegué al frente de mi casa. Estaba respirando por la boca con un silbido; mientras recordaba o soñaba, había dado arranque al jeep y salido en disparada, casi ahogando el motor y llegado inmediatamente a mi casa en una frenada poco común.

Al entrar en casa, cerré la puerta y llamé a la policía. Balbucié algunas indicaciones, y me fui a dormir.

Me despertó mi mujer parada en frente mío, agarrando la camisola con una mano y golpeteando mi ombro con la otra. Me dijo que la policía estaba en la puerta. Habían pasado dos horas desde mi llamado, y querían solamente confirmar mi llamada. Me hicieron un pequeño interrogatorio y se fueron. El segundo interrogatorio fue de mi mujer, que me preguntó asustada por qué no le había contado nada. Casi no conversamos, y le pedí que me calentara comida; pero al ver el plato el hambre desvaneció, y no pude comer todo lo que debería.

Al verificar tres horas después que el viento continuaba su eterna ida a ningún lugar, y sería la centésima vez que yo mudaba de posición en la cama, tomé una buena ducha. Tenía unas ganas locas de gritar, se me ocurrió que si gritase bien alto talvez el viento pararí de una vez de rozarme, desvanecería y podría intentar dormir; pero iba a asustar en vano a mi mujer, así que me contuve.

Muerdo a veces mi labio superior de vez en cuando cuando estoy nervioso. Del resto, conseguí olvidarme.

Los policiales anotaron todo lo que hice y me dijeron que es normal perder un poco los estribos cuando se ve algo así. Fui un par de veces a ver al médico legal, pero no le conté mis sueños; me dijo nomás que yo era un tipo un poco sensible, y me recetó unas cuantas grageas. Tuve un par de sueños desagradables, pero se fueron rápidamente.

Fabio me contó que el día del entierro, Castelán fue a "La pluma roja". Le contaron la historia y se quedó impresionado. También no sabía que el muchacho debía dinero en el bar, cosa que lo contrarió un poco. "¿Pero qué cosa, no?, volverse tan extraño de repente", comentó. "En el fondo era un buen pibe. Trabajador ... yo mismo le había prestado dinero, pero mirá vos,... quién pensaría que iba a terminar así, ... ¿no? ". Y bebió su tónica con limón.

El bar continuó en un silencio inescrutable. Fin
Página de: Diciembre/1998. Criada por: Julián Catino